12/9/10

De plagios y otras curiosidades.

He estado leyendo (simple declaración pretenciosa) aunque no tanto como me gustaría (agregamos para demostrar que se puede aún más); sencillamente termino por distraerme con naderías.
No he estado escribiendo (declaración obvia) porque no me sale nada (¡qué dolor, qué dolor que pena!). Puede que no tenga nada que decir o más bien es que estoy buscando mi estilo (una forma patética de consolarnos) pero el resultado es el mismo: no textos.
Esto trae problemas, aleja proyectos (amarga queja) y al final del día te deja igual que cuando lo empezaste. De ahí que vuelva a leer y a distraerme (pretextos) y siga sin llegar a nada.

Pero ahí está Kawabata con sus cuentos y novelas. Y ahí están mis ganas de plagiarlo y decir que he sido yo el escritor de tales bellezas. Podría, por ejemplo, llevarme "Lo bello y lo triste" a una isla donde nadie haya leído nunca, donde no exista la cultura escrita y enseñarles el español que yo manejo (pues sólo me llevaré traducciones), enseñarles a leer y a escribir para luego darles un ejemplar de la novela y decirles que la escribí en una noche que no podía dormir. Se maravillarían de la profundidad; su poco español sería suficiente para que se admiraran de la estética de las palabras y la historia.

Pasarían algunos años en los que su incipiente cultura escrita giraría entorno a la novela y a su autor (yo, evidentemente), hasta que, para iluminarlos un poco más, les daría mi (su) siguiente novela "La casa de las bellas durmientes" y dejaría que derramaran lágrimas por el amor y por la vejez; por la belleza y la esencia femenina. Los vería preguntarse sobre el suicidio y el deseo. Dejaría que soñaran junto con el personaje, que se sumieran en sus valores e ideales.

Algunos de los más adelantados hombres de esta isla inventarían el periódico (que nombrarían en mi honor) y se dedicarían a reproducir su cultura oral anterior a mi llegada, pero imitándome, buscando la estética en cada palabra. También me pedirían que colabore en el periódico y yo no me podría negar. Cada semana les daría un cuento de los que vienen en "Historias en la palma de la mano" y "Primera nieve en el monte Fuji". Ellos sonreirían y toda la población de la pequeña isla leería con avidez los relatos.

Formarían círculos para analizarlos, habría quien me ame hasta la ceguera y habrían también detractores que al final de cuentas no puedan separarse de mi influencia. Cuando se hayan agotado los relatos sacaría "La bailarina de Izu" diciendo que la encontré empolvada en un baúl, que la escribí cuando era muy joven. Las nuevas generaciones que crecieron ya conmigo en la isla sentirían esperanzas, que también podrían escribir y seguir mis pasos.

Los círculos de siempre se dedicarían ahora a ver mi evolución, mi cambio de ideas, mi crecimiento. Todos los habitantes de la isla marcharían a mi casa a rogar que escriba más. Yo les pediría dos lunas al fin de las cuales les entregaría "Mil grullas", "El sonido de la montaña" y "País de nieve". Jóvenes y viejos; mujeres y hombres dedicarían semanas a devorar mis nuevas novelas. Las madres leerían las novelas a sus hijos, les contarían como les llevé la palabra escrita y como les di la más bella y triste estética.

Pasarían aún más años pero ya no publicaría, me retiraría a la parte más alta de la isla a pensar sobre Kawabata y mi plagio, a ver su resultado. La muerte me llegaría, por supuesto, sentado en un sillón. Alguien me descubriría después de algunas horas, o tal vez días. Se declararía duelo nacional y los más adelantados hombres del periódico llorarían abrazados a los jóvenes con esperanzas. Se buscaría en mis cosas y se encontraría "El maestro de Go". La isla entera se reuniría para una lectura en voz alta de la obra póstuma.

En algún momento uno de esos jóvenes con esperanzas decidirá (ya no "decidiría") algo impensado: saldrá de la isla a ver el mundo. Creerá que sigue mi ejemplo y tomará una balsa para llegar al continente. En éste se maravillará por las ciudades, por la gente, por la tecnología.

Un día llegará a una librería y sentirá curiosidad; entrará y preguntará por mis libros (por supuesto no habrá ninguno), extrañado preguntará entonces por "La casa de las bellas durmientes", su libro favorito, y un empleado aburrido de su aburrición le extenderá el libro de Kawabata. El joven se lo llevará y lo leerá de corrido sentado en un parque.

Al terminarlo ya no necesitará leer los demás para saber que todo ha sido un engaño. Le bastará con ver la fecha de primera publicación para saber que he mentido. Maldecirá mi tumba y a la mentira con la que ha crecido; despreciará mi persona.

Llegará desesperado a donde se aloja, sacará violentamente su edición de mi "Casa de las bellas durmientes", la leerá casi sin leer pues la sabe de memoria, después leerá una vez más la de Kawabata y al terminar el inútil ejercicio, cuando ya sea de madrugada, llorará y seguirá llorando durante mucho tiempo.


Al final ya no sé de que iba este post.


1 comentario:

  1. me gusta, pero se me antojó más leer a K. ... supongo es buena señal.

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