20/11/11

Dejar


Quiero dejar gente atrás. Conocer gente y dejarla, como en las películas y las novelas donde siempre hay un personaje que se va y deja  aunque no se mueva nunca.

Quiero hacerlo, por ejemplo, de madrugada cuando todo es gris y es difícil encontrar taxi o algún transporte. No mirar a nadie a los ojos y simplemente dejar, que no es lo mismo que renunciar, pero podrían confundirse y decir entonces que él renunció, en lugar de decir yo dejé.  Y huir y dejar los cajones vacíos para que se sepa que huí; o mejor que se queden ellos, llenos, para que se sepa que huí y los cajones no importaron, ni las repisas, ni las cajas debajo de la cama y que lo único que falte sea ese libro que es el que siempre llevo porque huye conmigo. Claro, habrá que conocerme bien para saber que ese libro huye y no pensar que lo he prestado sin molestarme por recobrarlo, entre las prisas de dejar. ¿Habrá alguien entonces, a quien no deje atrás lo suficiente para que note en ese momento que he huido a pesar de los cajones y que el libro no fue nunca prestado?
*
Soñé que de repente llegaba gente a mi casa (que, como en todo sueño que se respete, no era mi casa) y se convertía en una fiesta. Espantado yo bajaba tres pisos; en las escaleras y en cada piso encontraba amigos, conocidos, etcétera a los que no quería ver, así que los dejaba para seguir bajando hasta llegar a un patio que no era el mío donde una mujer de labios rojos caminaba desde la entrada hacia mí. Las personas que me rodeaban sonreían y me codeaban alusivamente; se entendía que ellos sabían que a mí me gustaba. Yo no sabía que en el sueño me gustaba, lo entendía hasta después (que recordaba que ella ya me había gustado en otro sueño y sigo sin saber quién es).

Ella se acercaba, sin mirarme del todo pero sin perderme de vista. Caminaba acompañada por amigas que sonreían. Jugaba con su cabello (que era corto) y sus uñas destacaban (pintadas de rosa mexicano). Yo ahora caía en la cuenta de que me gustaba, que así era; y por lo tanto era inevitable acercarse y saludarla y decirle qué tal, que bueno que has venido a mi fiesta que no sabía que existía hasta hace apenas unos minutos. O tal vez (y porque era sueño) acercarse y sonreírle y plantarle un beso porque me gusta la muchacha que no conozco pero que me ha gustado ya en otros sueños y mi mente lo sabe, por eso manda proyecciones de si misma a darme codazos.

Pero no hacía nada de eso, porque a pesar de que es sueño sigo siendo yo, así que me safaba de los codazos y las miradas y me alejaba mientras ella se acercaba. Daba un rodeo para pasar junto a ella y no, ni mirarla, ni sonreírle ni decirle que bueno que pudiste llegar también a este sueño. La dejaba atrás (porque uno siempre debe dejar atrás, nunca en otro lugar; todo por la idea de que uno continúa aunque sea falso y que se mueve en alguna dirección y progresa aunque mienta).

Yo caminaba a la salida sin voltear y dejaba a los tres pisos y patio llenos de conocidos atrás; y la muchacha me miraba comprendiendo (yo la veía con los ojos del sueño) y sonreía aún más (tal vez por eso es realmente la mujer de mis sueños), tal vez no sea el primer sueño donde la dejo.
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Es que la gente va por la vida atacando, incluso a la misma vida que nada teme y tanto debe (me debe unos buenos ojos, un café de madrugada, comida china para calmar las angustias, una novia veinteañera cuando yo tenía veinte años, una veinteañera cuando tenga cuarenta, una sonrisa sólo porque sí, una canción cuando ya no importaba). Todos con la espada desenvainada, la mejor defensa el ataque. Yo por eso Huyo (que no es lo mismo que dejar ni renunciar, pero que todas se confunden a pesar de ellas mismas) para no tener que desenvainar espadas y sacar sangre sin proponérmelo. Huir con mayúscula porque, a pesar de lo que se cree, Huir requiere de mucho más valor que quedarse, que atacar y dañar. No le encuentro mérito a quedarse de pie, soportando. Irse requiere planeación, tiempo, esfuerzo, energía, voluntad, uno nunca encuentra oportunidades para Huir, para dejar atrás, para renunciar; las tiene que crear.

No simplemente me voy de la violencia, de tantas espadas invisibles en la calle, en uno mismo. Dejo atrás lo que debe ser, de lo que es, lo que cansa y lo que gusta, a la gente que quiero y la que no me importa. Porque dejar atrás debería ser una actitud ante el universo siempre, no sólo cuando conviene, porque entonces es cobardía pura y eso no vale; vale dejar atrás y huir y renunciar para abrazar la nada que sonríe.
Habrá quien nos diga (a los personajes de las películas que se van, a los personajes de las novelas que sin irse dejan gente y a mí, que sueño con dejar gente, lléndome y quedándome) que lo que hacemos es horrible, que la permanencia es lo único que cuenta. Nosotros responderemos que Shimamura y Eguchi volvían porque dejaban, dejaban porque volvían; y que no hay como dejar que las cosas caigan y acaben como si  nada, por que así es.
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Se recomienda huir y dejar (y leer el post) con esto de fondo:




"This isn't sometimes this is always, this isn't maybe, this is always. This is love, the real begenning of forever. This isn't just midsummer madness, a passing glow a moment’s gladness. This is love, I knew it on the nihgt we met. You've tied a string around my heart.  How can I forget you. With every kiss i'll know that this is always"

13/7/11

Pongamos que hablamos de ti.

Quédate a dormir conmigo, retumba la voz desde el alcohol y él se encoje de hombros y entra. Dormirá ahí, no porque sea de noche sino porque es de mañana y no parece importar nada. Él cree que pasará algo, tan masculino de su parte: elucubraciones basadas en quimeras; pero ella demasiado borracha le da una playera y antes de nada se queda dormida, después de desear buenas noches a las 6 de la madrugada, perdida, como narcotizada. Alcoholizada (suena mejor, piensa).

Duerme dándole la espalda, como la gente que no está acostumbrada a dormir con alguien más, pero se deja abrazar y se deja tocar. Más bien no siente nada, tan dormida que está. Él quiere tocar y toca, pero no sirve de mucho.

Le toma tímidamente la cintura y al ver que no pasa nada se sigue al estomago, juega con el ombligo y ella no se despierta; envalentonado sube la mano a los senos, de esos pequeños que la mano alcanza a envolver sin ninguna dificultad. Luego, y porqué no, le toca las nalgas y las piernas. Las manos corriendo por sus piernas: los medio ebrios a las 6 de la mañana son gente más bien tristona, son gente muy tonta que atasca su piel con otra piel inconsciente hasta que se cansa de tocar y cae dormida.

No es un sueño pesado como el de quien duerme a su lado; más bien sueño intermitente, del que sale cada vez que ronca la muchacha. La gente que ronca no sueña demasiado, piensa él, basándose en nada para hacer tal afirmación. Decide, mientras la oye suspirar, que lo mejor es abrazar la cursilería propia de las madrugadas nubladas y dejarse llevar a oscuras esquinas de su pensamiento que no suele visitar.

Se pregunta si realmente la desea o sólo es porque está tan allí, tan cerca, tan caliente. “Una muchacha tan cálida no puede tener frío” recuerda y sonríe (¿se sonríe o le sonríe?). La frase no viene nada mal. Ella es una muchacha cálida que a pesar de advertir que no abraza se la pasa pegándose a él para ser abrazada, siempre dándole la espalda, dándome las nalgas (ahora sí se sonríe).

Se imagina un futuro con ella. El relato de siempre: se ve despertando en esa cama todos los días, bajo las sabanas rosa mexicano, del lado izquierdo, junto a ese cuerpo. Ve el giro para apagar el despertador y acurrucarse con ella 5 minutos más, porque afuera seguro llueve. Imagina las manos alrededor de los pequeños senos y en las nalgas, sujetándose a ellas como si soltarlas fuera motivo de naufragio. Piensa en las cenas y los desayunos, las salidas al cine, al café, a caminar. Sonríe al verse tomados de las manos, no sabe por qué es, pero le gusta tomarla de la mano, le gustan sus uñas. Hace memoria y las manos se entrelazan siempre que ella ya ha bebido, nunca antes, nunca después.

Piensa en sus manos sobre la cintura de ella (¿de quién más? Y no se le ocurre nadie más). Piensa en el alcohol y en la vida rápida que ella lleva y no sabe pintarse del todo en ésta. Imagina los labios que no ha sentido jamás darle un beso. Ella sigue dormida y seguramente no despertará ¿debe robarle un beso, sólo por no quedarse imaginando eso? Decide que no; en el fondo no se atreve a llevar el relato más allá, pero aún así sigue imaginando. Ve las discusiones en la calle y en el cuarto, los ve dormir de espaldas sin rozarse y luego ve como rozarían primero los pies en señal de tregua y la vuelta y el beso y las manos y la reconciliación. Alza las cobijas para verle los pies, los ha sentido ya pero no los conoce. No le gustan. Recuerda la historia de los pies bellos ¿busca él una mujer con pies bellos, armónicos como canción de José Alfredo?

Después se dedica a imaginar rupturas y reconciliaciones, más manos y más lágrimas; más espaldas y otras camas. No sabe pintar en la fantasía cuanto tiempo durarían, toda la vida o un mes, ni idea.

Se da cuenta de que lo que sabe de la vida lo sabe por culpa de los libros y de que en realidad no tiene idea de nada. Le llena un sentimiento de afecto y gratitud para con la chica que se apoyaba en su antebrazo, tan cursi él, tan inexperto. Así, dormida, le está enseñando más que muchas otras que tienen los ojos abiertos y mueven las pestañas al ritmo de las caderas.

Mejor piensa en el final de la hipotética relación con la chica de los ojos cerrados que ronca y se mueve y se pega a él.

Piensa si sufriría la inmensa pena de su extravío y si sentiría el dolor profundo de su partida, como dice la canción, exagerada como todas las canciones de amor (de desamor, se corrige). Ella empieza a despertar, como quien no quiere la cosa, como quien no ha soñado.

Él deja de inventarle una vida, la conoce: está ahí frente a sus ojos, en su recámara. Y al despertar por completo hablarán, no sabe sobre qué, pero lo harán.

Se marcarán, de vez en cuando, sólo para quedar e ir a dormir juntos, seguramente sin sexo ni nada, sólo dormir juntos, ¿de espaldas?, no, roncando y abrazándose (ella de espaldas y yo abrazando, precisa).

Ahora lo que queda es despertar y charlar mucho tiempo bajo las sábanas, porque afuera estará nublado y así nadie quiere abandonar la cama de la muchacha cálida. Antes de que ella abra los ojos por completo piensa que a las soledades a veces les da por querer dormir juntas.

5/3/11

Lolita de pesero

La chica güera falsa con un gran moño rosado: adorno en el cabello largo. Los ojos grandes delineados para enfatizar el gesto de sorpresa con el que va por la vida. La falda a cuadros corta más un par de calcetas azules arriba de la rodilla que como resultado sólo dejan entrever justo lo más blanco de sus muslos.
Los labios finos y la nariz que se arruga cuando sonríe. La lengua perforada y las uñas largas pintadas de azul eléctrico. Una voz tan inocente que contrasta con la experiencia que se deduce de sus manos.
En las rodillas aún tiene moretones y raspones como resultados de juegos, mientras que en las mejillas ya usa rubor. Es un cliché de lolita sin haber leído nunca a Nabokov, pero que seguro sueña con un diablo guardián a su medida.
Va en preparatoria particular (lo grita su uniforme) y habla con su séquito de amigas, más comunes que corrientes, sobre los chicos que le tiran la onda y la chamarra que le quitó al galán y ahora usa.
Ya notó que la estoy observando y seguro piensa que la deseo, que mis ojos la recorren para poder grabarla en mi memoria erótica. Más que parecer acostumbrada, parece querer provocarlo. Quiere que la deseé como la desea el conductor de camión en el que viajamos: le ve las piernas por el retrovisor; como sus compañeros de la escuela que seguramente le han dedicado más de una.
Me interesa más verle la actitud, tan controladamente seductora; como si toda la vida se hubiera dedicado a esto. Sonrío al imaginarla de pequeña, aprendiendo a mover las pestañas al ritmo de las caderas, frente al espejo. Ella cree que le sonrío porque quiero llevarla a algún rincón obscuro y cuando sus amigas no se dan cuenta, me regresa una mirada coqueta que haría sonrojar al más atrevido de sus compañeros de clase, tal vez a ese que le quitó la chamarra.
El lugar donde ella y sus amigas deben bajarse llega: la parada; ¡qué bien le viene el nombre! piensa seguramente el conductor.
La güera falsa con humos de diva ilegal voltea para cerciorarse que la sigo viendo y en el último escalón hace un movimiento con los labios, como si lanzara un beso, pero lo que lanza son promesas que nunca cumplirá, ella y yo lo sabemos.
El conductor le mira las piernas una vez más antes de arrancar.



9/11/10

A veces

Últimamente me ha dado por empezar mis textos, frases y cualquier forma de comunicación oral o escrita con “A veces”. Ciertamente no es algo muy conveniente; si de por si los telegramas hoy en día son caros, ahora con esta manía pues mucho más. “A veces todo bien en casa (stop) que tal el viaje (stop) cariños Rodrigo (stop)” y por supuesto se presta a malinterpretaciones; mis padres regresaron de su viaje corriendo porque creyeron que la casa se derrumbaba.


Estoy consciente de que esta situación es insostenible. Tal vez debería ir con un doctor, un terapeuta o un chamán para que me quiten esto. Puede que sea una antigua maldición que alguien me echó porque le dije “siempre” o “jamás” sin dar ninguna posibilidad de cambio. Tal vez un día en un restaurante el mesero me preguntó que quería y yo sin pensarlo le dije que siempre comía pollo, como si él debiera saberlo. Seguramente el mesero muy molesto, pues no es adivino pero sí brujo, resolvió maldecirme: “Que nunca más vuelva a estar seguro de la temporalidad” debe haber dicho por lo bajo mientras me entregaba la cuenta.


Aunque si vuelvo a entrar al mismo restaurante y el mismo mesero vuelve a atenderme lo más probable es que yo le diga que a veces como pollo. Y si él no me reconoce (pues estoy seguro de que maldice a muchos comensales diariamente), el disgusto que se va a llevar. A veces creo, que no es culpa del mesero, sino de mi timidez e inseguridad. A veces creo que sólo es una muletilla para salir al paso de cualquier conversación; sea lo que sea, ya es incómodo.


Justo el otro día una chica me abordó en el camión y me preguntó si quería ir con ella por un café, que estaba triste y como yo le había sonreído un par de ocasiones pensó que no estaría mal ir a platicar con un amable desconocido. Yo, radiante de alegría le respondí que a veces me encantaría ir a tomar un café con ella. La linda princesita indie creyó que le tomaba el pelo (que por cierto era largo y muy bello) y se bajó del colectivo sin dirigirme la mirada. No me dio tiempo de explicarle que a veces digo a veces cuando la mayoría de las veces no tiene nada que ver con lo que en realidad quiero decir. A veces esto de iniciar con a veces me trae problemas. A veces me siento solo, porque nadie entiende mi dramático problema. A veces escribo posts al respecto.

30/10/10

La vida es una frase mamona y una orgía.

A veces regreso a casa sumido en el vacío que han dejado las improbables piernas, esas que no han existido. A veces, por supuesto, me aviento frases tan mamonas como la anterior mientras veo mi reflejo en la ventana del metro que va llegando a Ermita.
Cuando eso pasa es porque regreso a casa de una fiesta en la que me he pasado la noche sentado en una esquina viendo a una pareja de emos, hombre y mujer (o mujer y hombre, no estoy seguro), parados en el centro de la pista, (para ser exactos, en el espacio que queda en medio de las sillas de plástico blanco, de esas que tienen un "corona" medio despintado) demostrándose su amor por medio de besos que son mordidas; por medio de un par de piernas delgadas que rodean el andrógino torso del tipo; por medio de un par de nalgadas que se dan sin inhibición frente a todos.
Pienso en su amor. Se me antoja excesivo, ridículo, amenazante, innecesario. En como parecen estar completos por el simple hecho de tomarse fotos haciendo caras que a ellos les provocan risa. Creo que me incomoda ese amor, o más bien su manifestación.
A veces lo que no es tuyo es lo que te hace entender al final lo que de verdad te pertenece. A veces, por lo visto, me da por pensar más de una frase mamona por noche.
Y es que lo que me pertenece es el sueño amargado porque no entiendo; me pertenece el fracaso de no encontrar esas hipotéticas piernas, o más bien, he fracasado en desear un amor así. No me llama la atención.
Tan joven y tan agrio ya, me diría alguien a quien no citaré, pero que recuerdo.
Entonces, en un instante, me dan ganas de bajarme todas las escenas de Sasha Grey y comparar las orgías con la existencia, o ya de plano sólo perderme en sus ojos; pero creo que mejor pongo el soft porn de golden choice. Se me antoja más nostálgico, más triste.

12/9/10

De plagios y otras curiosidades.

He estado leyendo (simple declaración pretenciosa) aunque no tanto como me gustaría (agregamos para demostrar que se puede aún más); sencillamente termino por distraerme con naderías.
No he estado escribiendo (declaración obvia) porque no me sale nada (¡qué dolor, qué dolor que pena!). Puede que no tenga nada que decir o más bien es que estoy buscando mi estilo (una forma patética de consolarnos) pero el resultado es el mismo: no textos.
Esto trae problemas, aleja proyectos (amarga queja) y al final del día te deja igual que cuando lo empezaste. De ahí que vuelva a leer y a distraerme (pretextos) y siga sin llegar a nada.

Pero ahí está Kawabata con sus cuentos y novelas. Y ahí están mis ganas de plagiarlo y decir que he sido yo el escritor de tales bellezas. Podría, por ejemplo, llevarme "Lo bello y lo triste" a una isla donde nadie haya leído nunca, donde no exista la cultura escrita y enseñarles el español que yo manejo (pues sólo me llevaré traducciones), enseñarles a leer y a escribir para luego darles un ejemplar de la novela y decirles que la escribí en una noche que no podía dormir. Se maravillarían de la profundidad; su poco español sería suficiente para que se admiraran de la estética de las palabras y la historia.

Pasarían algunos años en los que su incipiente cultura escrita giraría entorno a la novela y a su autor (yo, evidentemente), hasta que, para iluminarlos un poco más, les daría mi (su) siguiente novela "La casa de las bellas durmientes" y dejaría que derramaran lágrimas por el amor y por la vejez; por la belleza y la esencia femenina. Los vería preguntarse sobre el suicidio y el deseo. Dejaría que soñaran junto con el personaje, que se sumieran en sus valores e ideales.

Algunos de los más adelantados hombres de esta isla inventarían el periódico (que nombrarían en mi honor) y se dedicarían a reproducir su cultura oral anterior a mi llegada, pero imitándome, buscando la estética en cada palabra. También me pedirían que colabore en el periódico y yo no me podría negar. Cada semana les daría un cuento de los que vienen en "Historias en la palma de la mano" y "Primera nieve en el monte Fuji". Ellos sonreirían y toda la población de la pequeña isla leería con avidez los relatos.

Formarían círculos para analizarlos, habría quien me ame hasta la ceguera y habrían también detractores que al final de cuentas no puedan separarse de mi influencia. Cuando se hayan agotado los relatos sacaría "La bailarina de Izu" diciendo que la encontré empolvada en un baúl, que la escribí cuando era muy joven. Las nuevas generaciones que crecieron ya conmigo en la isla sentirían esperanzas, que también podrían escribir y seguir mis pasos.

Los círculos de siempre se dedicarían ahora a ver mi evolución, mi cambio de ideas, mi crecimiento. Todos los habitantes de la isla marcharían a mi casa a rogar que escriba más. Yo les pediría dos lunas al fin de las cuales les entregaría "Mil grullas", "El sonido de la montaña" y "País de nieve". Jóvenes y viejos; mujeres y hombres dedicarían semanas a devorar mis nuevas novelas. Las madres leerían las novelas a sus hijos, les contarían como les llevé la palabra escrita y como les di la más bella y triste estética.

Pasarían aún más años pero ya no publicaría, me retiraría a la parte más alta de la isla a pensar sobre Kawabata y mi plagio, a ver su resultado. La muerte me llegaría, por supuesto, sentado en un sillón. Alguien me descubriría después de algunas horas, o tal vez días. Se declararía duelo nacional y los más adelantados hombres del periódico llorarían abrazados a los jóvenes con esperanzas. Se buscaría en mis cosas y se encontraría "El maestro de Go". La isla entera se reuniría para una lectura en voz alta de la obra póstuma.

En algún momento uno de esos jóvenes con esperanzas decidirá (ya no "decidiría") algo impensado: saldrá de la isla a ver el mundo. Creerá que sigue mi ejemplo y tomará una balsa para llegar al continente. En éste se maravillará por las ciudades, por la gente, por la tecnología.

Un día llegará a una librería y sentirá curiosidad; entrará y preguntará por mis libros (por supuesto no habrá ninguno), extrañado preguntará entonces por "La casa de las bellas durmientes", su libro favorito, y un empleado aburrido de su aburrición le extenderá el libro de Kawabata. El joven se lo llevará y lo leerá de corrido sentado en un parque.

Al terminarlo ya no necesitará leer los demás para saber que todo ha sido un engaño. Le bastará con ver la fecha de primera publicación para saber que he mentido. Maldecirá mi tumba y a la mentira con la que ha crecido; despreciará mi persona.

Llegará desesperado a donde se aloja, sacará violentamente su edición de mi "Casa de las bellas durmientes", la leerá casi sin leer pues la sabe de memoria, después leerá una vez más la de Kawabata y al terminar el inútil ejercicio, cuando ya sea de madrugada, llorará y seguirá llorando durante mucho tiempo.


Al final ya no sé de que iba este post.


27/7/10

De ruidos...

Have you ever loved a woman so much you tremble in pain?

Have you ever loved a woman so much it's a shame and a sin?

-¡No me obligues a ir!- dijo ella con los ojos rojos de tanto llorar -prometo ser buena- continuó; pero nada de lo que ella dijera valía ya para mí. La puerta se abriría inexorablemente y ella tendría que salir. En realidad quería creerle, quería que todo fuera diferente; pero sé que mentía otra vez, sé que el ruido que me atormentaba seguiría ahí mientras ella no saliera.

- No sé a donde más podría ir- la desolación parecía cubrirla por completo y por un instante a mí también, pero me repuse y le espeté con ganas de terminar esto de una buena vez:

-Afuera estarás mejor.

Ya no soportaba el rítmico ruido que ella traía a mi vida: 60 veces por minuto, a veces más si me emocionaba, a veces menos si me relajaba. Era su culpa y yo lo solucionaría. La arrastré, con más pena que gloria, hacia la puerta. La eché fuera de ahí, y mientras se cerraba la puerta, el ruido se desvanecía. El “tun…tun…tun” dejaba de resonar en mi corazón: al fin el silencio.