8/12/09

Las fiestas no son lo mio o una anécdota más para demostrar que soy nena.

Ahí estaba yo, en una fiesta. En realidad más datos de la misma no sirven en este momento; ustedes dan un cacahuate al respecto y yo, empático como soy, omitiré demasiados detalles. Aunque si me conocen en persona sabrán que era el alma de la fiesta (y para los que no me conocen: eso era sarcasmo). (Antes de proseguir debo aclararles que soy una nena y este post lo mostrará infaliblemente) Continuemos.

Había alcohol en proporciones suficientes para emborrachar al 98% de los asistentes (el 2%restante se componía de este su triste servidor y sus múltiples personalidades; todo porque me resisto a beber vodka); había música estridente capaz de minar mis ya disminuidas capacidades auditivas (porque mientras más hago oídos sordos a palabras necias más se me cierran los oídos para siempre); y por alguna alegre casualidad, más causalidad que otra cosa, un(a) genio incomprendido, de esos que abundan en coyoacán, aportó la verde hierba (no es mate) en cantidades que demostraban su tacañeria.

Yo, como buen remedo de mi mismo, doy menos que un pepino por las drogas y el alcohol; si hay bien; si no hay, quiero una cerveza. Y así estaba yo, bebiendo cerveza observándoles bailar y diciendome: esa chica de allá no esta nada mal. La chica en cuestión podría ser lo que quisiera, no importaba. Que es emo: amémosla; que es hippie: así las prefiero; que es darketa: de negro me veo mejor. De casualidad sabía su nombre pues la había visto antes, sin intercambiar palabras ni sonrisas coquetas, sólo miradas indiferentes.

Ustedes, entusiastas de los finales felices, esperaran que les diga que todo cambió, que esa noche descubrimos el amor en los ojos del otro. No fue así, yo no terminé enamorado, ella probablemente olvide lo sucedido. Pero la situación no sale de mi cabeza; me sigue guiñando el ojo la tristeza, tan soberana, tan descarada.

La anécdota ni siquiera es memorable: ella fumó mucha mota y bebió mucho alcohol y 2+2 es igual a un cruce. Malestar asegurado, mareos y mala cara. Así se puso, oda a los excesos sin que otros excesos más placenteros tuvieran lugar. Y un servidor, ignorante de la vida, ahí también, sin el cruce, sin la mota y en todos sus sentidos, ayudándola; al menos acompañándola a que su malestar fuera tolerable.

Ella mal, con una cara para espantar a cualquier demonio pero abrazada a mí. Aunque quisiera moverme no hubiera podido. Se aferraba a mí de una manera extraña: me tomaba las manos, hundía su cabeza en mi pecho mientras me hacia abrazarla, murmuraba algo que nunca entendí. Todo esto mientras estaba en un estado que rayaba la inconsciencia. No quería nada más que sentirse segura. De vez en cuando mi hermana venía a ver a su amiga (porque era su amiga).

Llegamos a la parte donde vemos que soy una nena: Durante más de 45 minutos estuve sentado, con ella en mis brazos sin decir nada pero con una cara de miedo. Le intente dar algo para que se sintiera mejor, rechazó todo. ¿Y la fiesta? ¿Y las demás personas? Pues bien gracias, por allá, decidiendo que no era su problema. Siendo honestos, tampoco era mio; pero no pude dejarla, no pude soltarla, no pude dejar de acariciar su cabello para reconfortarla.

Recordé lo que mi hermana solía platicar de ella: nada sorprendente, una familia disfuncional más, una hija sin atención más en el mundo. Podría justificar entonces su actitud frente al alcohol, pero no lo haré, me da igual. El punto era (o es) que seguía abrazándome como si temiera que yo también la dejara. Temblaba y balbuceaba.

Después de media fiesta ya podía tenerse en pie y articular frases más o menos coherentes pero seguía sin soltarme la mano, apretaba tan fuerte que mi mano era ya blanca. Decidió que lo mejor era irse a casa. La acompañé (pues aún no me soltaba y no me parecía prudente dejarla sola en ese estado) y mientras la veía de espaldas entrando al portón, me sentí muy triste. Sentí pena por ella, no por el cruce, no por los mareos y la cara sino por su vida. ¿Qué pensará cuando necesita abrazar a un extraño para sentirse segura?

Si lo intento no tengo problemas en recordar el olor de sus cabellos, el calor de sus manos, sigo sintiendo la misma tristeza por la chica que pasó 45 minutos abrazada a mí, como si yo fuera el ancla que la unía aún a esta realidad. Estoy casi seguro que cuando entró al fin a su casa se me escapo un suspiro anunciando un sollozo que no llegó.

-¿Dónde estabas?-preguntó alguien ya ebrio en la fiesta.
-Fui a verme las caras con la soledad- le contesté, porque eso es lo que me dejó: la tristeza de compartir su soledad.





6 comentarios:

  1. .

    Ok... iré a dormir compartiendo ese sentimiento de soledad residual de tu experiencia. Creo que es un buen sentimiento para dormir hoy.

    .

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  2. Yo creo que mejor bailemos Bossa nova y nos embriaguemos y hasta podriamos quedar abrazados en el piso de tantas vueltas más de 45 minutos juntos,taaaaaan,taaaaaaaaaaan.

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  3. aaaaaa es una ternura... che madre con esas briagas solitarias, por que no pueden ser borrachos normales como aquel memorable tipo de la hora de la lagrima! ¬.¬´sale la misma!

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  4. Aunque triste, me parece bella la imagen de una extraña aferrada a ti. La enorme soledad que hace que un extraño sea la mejor opción, que no quieras soltarlo, que abrazarlo sea mejor que abrazar a cualquier otra persona.

    Y dices que a ti no te pasan cosas raras

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  5. Amé varios de tus enunciados y por siempre me quedaré con las ganas de un ancla que me aferre, aunque lo único que pretenda sea escapar de la realidad. Muy mal lo del vodka...

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