26/7/10

"Ella no era de aquí" dice Cioran.

Mi abuelo tiene una biblioteca que yo he admirado desde pequeño; nada más, nada menos. El otro día dando vueltas por ella encontré "Ensayo sobre el pensamiento reaccionario y otros textos" de E.M. Cioran, uno de mis pensadores favoritos (que conocí, dicho sea de paso, gracias a mi abuelo).

Este libro tiene textos muy buenos y hoy en particular hay uno que me gusta más, porque es un Cioran que no traiciona su estilo, pero añade un gusto diferente a lo que ya le conozco. Lo transcribo aquí para su deleite.

ELLA NO ERA DE AQUÍ...

No la vi más de dos veces. Es poco. Pero lo extraordinario no se mide en términos de tiempo. Fui conquistado de entrada por su aire de ausencia y de extrañamiento, sus susurros (no hablaba), sus gestos inseguros, sus miradas que no adherían a los seres ni a las cosas, su aspecto de espectro encantador. "¿Quién es usted? ¿De dónde viene?", eran las preguntas que se deseaba hacerle a bocajarro. Ella no hubiera podido responder: hasta ese punto se confundía con su misterio o le repugnaba traicionarlo. Nadie sabrá nunca cómo hacía para respirar, a causa de qué extravío cedía a los prestigios del aliento, ni qué es lo que buscaba entre nosotros. Lo único cierto es que ella no era de aquí, y que compartía nuestra degradación únicamente por urbanidad o curiosidad mórbida. Sólo los ángeles y los incurables pueden inspirar un sentimiento análogo al que se experimentaba en su presencia. Fascinación, malestar sobrenatural...

En el mismo instante en que la vi por primera vez, me enamoré de su timidez, una timidez única, inolvidable, que le daba la apariencia de una vestal agotada al servicio de un dios clandestino o de una mística devastada por la nostalgia o el abuso del éxtasis, definitivamente incapaz de reintegrar las evidencias.

Abrumada de bienes, colmada socialmente, parecía sin embargo destituida de todo, en el umbral de una mendicidad ideal, consagrada a murmurar su indigencia en el seno de lo imperceptible. De hecho, ¿qué podía poseer y proferir, cuando el silencio le servía de alma y la perplejidad de universo? ¿No evocaba acaso esas criaturas de luz lunar de las que hablaba Rozanov? Cuanto más se pensaba en ella, menos propenso se era a considerarla según los gustos y los puntos de vista de la época. Una especie inactual de maldición pesaba sobre ella. Por fortuna, su encanto mismo formaba parte del pasado. Debería haber nacido en otro lugar y en otro siglo, en medio de las landas de Haworth, en la niebla y la desolación, cerca de las hermanas Bronte...

Quien sabe descifrar los rostros podía leer fácilmente en el suyo que no estaba condenada a durar, que la pesadilla de los años le sería ahorrada. Viva, parecía tan poco cómplice de la vida que no se podía mirarla sin pensar que nunca más se la volvería a ver. El adiós era la ley de su naturaleza, el signo de su predestinación y de su paso por la tierra; de ahí que lo utilizase como un nimbo, en absoluto por indiscreción, sino por solidaridad con lo invisible.

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