13/7/11

Pongamos que hablamos de ti.

Quédate a dormir conmigo, retumba la voz desde el alcohol y él se encoje de hombros y entra. Dormirá ahí, no porque sea de noche sino porque es de mañana y no parece importar nada. Él cree que pasará algo, tan masculino de su parte: elucubraciones basadas en quimeras; pero ella demasiado borracha le da una playera y antes de nada se queda dormida, después de desear buenas noches a las 6 de la madrugada, perdida, como narcotizada. Alcoholizada (suena mejor, piensa).

Duerme dándole la espalda, como la gente que no está acostumbrada a dormir con alguien más, pero se deja abrazar y se deja tocar. Más bien no siente nada, tan dormida que está. Él quiere tocar y toca, pero no sirve de mucho.

Le toma tímidamente la cintura y al ver que no pasa nada se sigue al estomago, juega con el ombligo y ella no se despierta; envalentonado sube la mano a los senos, de esos pequeños que la mano alcanza a envolver sin ninguna dificultad. Luego, y porqué no, le toca las nalgas y las piernas. Las manos corriendo por sus piernas: los medio ebrios a las 6 de la mañana son gente más bien tristona, son gente muy tonta que atasca su piel con otra piel inconsciente hasta que se cansa de tocar y cae dormida.

No es un sueño pesado como el de quien duerme a su lado; más bien sueño intermitente, del que sale cada vez que ronca la muchacha. La gente que ronca no sueña demasiado, piensa él, basándose en nada para hacer tal afirmación. Decide, mientras la oye suspirar, que lo mejor es abrazar la cursilería propia de las madrugadas nubladas y dejarse llevar a oscuras esquinas de su pensamiento que no suele visitar.

Se pregunta si realmente la desea o sólo es porque está tan allí, tan cerca, tan caliente. “Una muchacha tan cálida no puede tener frío” recuerda y sonríe (¿se sonríe o le sonríe?). La frase no viene nada mal. Ella es una muchacha cálida que a pesar de advertir que no abraza se la pasa pegándose a él para ser abrazada, siempre dándole la espalda, dándome las nalgas (ahora sí se sonríe).

Se imagina un futuro con ella. El relato de siempre: se ve despertando en esa cama todos los días, bajo las sabanas rosa mexicano, del lado izquierdo, junto a ese cuerpo. Ve el giro para apagar el despertador y acurrucarse con ella 5 minutos más, porque afuera seguro llueve. Imagina las manos alrededor de los pequeños senos y en las nalgas, sujetándose a ellas como si soltarlas fuera motivo de naufragio. Piensa en las cenas y los desayunos, las salidas al cine, al café, a caminar. Sonríe al verse tomados de las manos, no sabe por qué es, pero le gusta tomarla de la mano, le gustan sus uñas. Hace memoria y las manos se entrelazan siempre que ella ya ha bebido, nunca antes, nunca después.

Piensa en sus manos sobre la cintura de ella (¿de quién más? Y no se le ocurre nadie más). Piensa en el alcohol y en la vida rápida que ella lleva y no sabe pintarse del todo en ésta. Imagina los labios que no ha sentido jamás darle un beso. Ella sigue dormida y seguramente no despertará ¿debe robarle un beso, sólo por no quedarse imaginando eso? Decide que no; en el fondo no se atreve a llevar el relato más allá, pero aún así sigue imaginando. Ve las discusiones en la calle y en el cuarto, los ve dormir de espaldas sin rozarse y luego ve como rozarían primero los pies en señal de tregua y la vuelta y el beso y las manos y la reconciliación. Alza las cobijas para verle los pies, los ha sentido ya pero no los conoce. No le gustan. Recuerda la historia de los pies bellos ¿busca él una mujer con pies bellos, armónicos como canción de José Alfredo?

Después se dedica a imaginar rupturas y reconciliaciones, más manos y más lágrimas; más espaldas y otras camas. No sabe pintar en la fantasía cuanto tiempo durarían, toda la vida o un mes, ni idea.

Se da cuenta de que lo que sabe de la vida lo sabe por culpa de los libros y de que en realidad no tiene idea de nada. Le llena un sentimiento de afecto y gratitud para con la chica que se apoyaba en su antebrazo, tan cursi él, tan inexperto. Así, dormida, le está enseñando más que muchas otras que tienen los ojos abiertos y mueven las pestañas al ritmo de las caderas.

Mejor piensa en el final de la hipotética relación con la chica de los ojos cerrados que ronca y se mueve y se pega a él.

Piensa si sufriría la inmensa pena de su extravío y si sentiría el dolor profundo de su partida, como dice la canción, exagerada como todas las canciones de amor (de desamor, se corrige). Ella empieza a despertar, como quien no quiere la cosa, como quien no ha soñado.

Él deja de inventarle una vida, la conoce: está ahí frente a sus ojos, en su recámara. Y al despertar por completo hablarán, no sabe sobre qué, pero lo harán.

Se marcarán, de vez en cuando, sólo para quedar e ir a dormir juntos, seguramente sin sexo ni nada, sólo dormir juntos, ¿de espaldas?, no, roncando y abrazándose (ella de espaldas y yo abrazando, precisa).

Ahora lo que queda es despertar y charlar mucho tiempo bajo las sábanas, porque afuera estará nublado y así nadie quiere abandonar la cama de la muchacha cálida. Antes de que ella abra los ojos por completo piensa que a las soledades a veces les da por querer dormir juntas.

2 comentarios:

  1. Tan Cactus este relato. Y me llegó eso de que todo lo que sabe el protagonista lo sabe por los libros, y se le nota.

    Leía a Sándor Márai decir que los problemas del mundo vienen de la mala literatura, que ésta le crea ilusiones falsas a los hombres. Tu texto me recordó las palabras de Márai, creo que tu protagonista ejemplifica el sentir, el creer en esas falsas expectativas que a todos nos enseñan a tener.

    ¡Te quiero 'tus!

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  2. Excelente relato, de verdad me transportaste a la escena :)

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